martes, 30 de abril de 2013

Victor Humareda: maestro y amigo

Víctor Humareda y Mario Sierra Talaverano, alumno de su taller de pintura. 

Pintor Mario Sierra Talaverano, discípulo del artista Víctor Humareda

Por Nivardo Córdova Salinas / nivardo.cordova@gmail.com
Publicado en el suplemento Semana del diario "El Tiempo" de Piura, págs 20-21

Lo conoció en la habitación 283 del “Lima Hotel”, en La Parada, donde el pintor Víctor Humareda Gallegos (Lampa, 1920 – Lima, 1986) tuvo su casa-taller desde 1955 hasta su muerte. Mario Talavera, trabajaba allí como ayudante de lavandería y terminó siendo no solo amigo sino uno de los más aplicados alumnos del genial pintor puneño. Este es su testimonio personal.

Mario Sierra, "único heredero del sillón de Sócrates” de su amigo y maestro el pintor Víctor Humareda.
Foto: Luz María Bedoya (Archivo personal Mario Sierra Talaverano)
“Humareda en su taller”, óleo de Mario Sierra Talaverano.
 Nótese el uso del color y la composición.
Mario Sierra Talaverano (1948) nació -"con el arte en la sangre", nos dice- en el pintoresco pueblo de Uranmarca (Andahuaylas, Apurímac) en el seno de la familia que fundaron los esposos Jorge Sierra Cochachi y Narcisa Talaverano Quesada. Sus primeros recuerdos son los colores intensos del cielo, la gama policromada de la cordillera de los Andes, los trajes típicos y las máscaras festivas, En ese recuerdo, los arpegios parecen venir de un arpa sideral.
Siempre me gustó dibujar. Nací con esa afición. Cuando recuerdo esa época siempre me veo a mí mismo dibujando en el colegio”. En la infancia lo enviaron de Uranmarca hacia el pueblo andahuaylino de Uripa donde se matriculó para estudiar la primaria en el Núcleo Campesino de Uripa. Allí ocurrió un incidente trágico que marcó su vida de artista autodidacto: “Por apoyar en las tareas de dibujo a una de mis compañeras, el profesor me expulsó del plantel”. La vida lo empezaba a golpear, mucho más que los heraldos negros del poema de Vallejo.
Pero no se amilanó ante ese episodio infeliz. Mario Sierra decidió viajar a Lima. Sin dinero en el bolsillo acomodó una alforja con alguna ropa, una frazada, queso, charqui y cancha. “Encontré un camionero que transportaba ganado y a condición de ayudarle con la carga me llevó hasta Huancayo. Viajé en el altillo del camión, cuidando a los animales”, recuerda Mario, mientras los ojos le brillan.
Desde la capital juninense, centro de las oleadas migratorias del siglo pasado, se embarcó en un ómnibus con destino a la ciudad del río hablador. El bus recaló en La Victoria, que en ese entonces era -como lo sigue siendo hoy- un hervidero de ideas y pasiones, núcleo del comercio, sucursal del país de los sueños y los emprendedores. “¿Sabe usted qué? -me dice-. Recién llegado a Lima me sucedió un acontecimiento misterioso. Como yo debía ubicar a unos familiares, luego de bajar del ómnibus pregunté cómo llegar a Barrios Altos. Había unos taxistas que se peleaban por los pasajeros. Subí al vehículo con mi alforja, temeroso, junto con otros viajeros que conversaban, en medio de la bulla de los autos. Fui el último en bajar, pero cuando revisé mis pertenencias, noté que me habían hecho el cambiazo”.
Al abrir la bolsa -que posiblemente un comerciante apurado cambió por casualidad- Mario encontró un tesoro. “En esa bolsa había mercadería y un pañuelo anudado. Lo abrí y encontré un montón de moneditas plateadas de nueve décimos, y otras monedas doradas con la figura del sol”, nos cuenta. Llegó hasta Barrios Altos, a la casa de sus parientes. “Lo primero que hice fue saludarlos en quechua. Y les dije: me he encontrado estas monedas. Ellos me dijeron: No te preocupes, nosotros te las vamos a guardar”. Desde ese día se quedó a vivir en la capital, alojado por sus parientes. De las monedas no volvió a saber nunca. Pero otro tesoro llegaría a su vida: su entrañable amistad con su maestro, el pintor Víctor Humareda Gallegos (Lampa, 1920 – Lima, 1986).

“Fiesta de las cruces”, óleo de Mario Sierra Talaverano.
El indigenismo urbano en toda su expresión.
El primer trabajo de Mario Sierra en Lima fue como ayudante en un restaurante en Santo Cristo, Barrios Altos. Al cumplir los 18 años, luego de haber obtenido su boleta de inscripción militar, fue a buscar trabajo a La Parada, la meca del comercio mayorista del Perú. Corría el año 1965. Así llegó al ahora mítico Lima Hotel, donde vivía desde 1955 -casi como en un exilio personal- el artista puneño Víctor Humareda, tras haber retornado de París.
El edificio del Lima Hotel -que ahora es una galería comercial- se encuentra en la cuadra veinticinco de la avenida 28 de Julio, esquina con Antonio Baso. La habitación número 283 fue la casa-taller de Humareda hasta su muerte. Contrariamente al mito que ha pintado este hotel como guarida de prostitutas y delincuentes, don Mario afirma que era un hospedaje frecuentado por comerciantes mayoristas que venían a realizar negocios con sus camiones a La Parada, preferentemente desde Arequipa, Cuzco, Huánuco, Huancayo, Chiclayo y Pucallpa. “Era un hotel de dos estrellas, con cuatrocientas camas y una enorme lavandería que funcionaba con máquinas a vapor, la más grande que he visto. También tenía agua caliente todo el día, bar, sala de lectura, teléfono y televisión. Había bastante movimiento. Yo empecé a trabajar doblando las sábanas”, precisa.
“Retrato al carboncillo de Mario Sierra, realizado por Víctor Humareda.

Como el maestro era natural de Lampa, Puno, hablábamos en quechua y empezamos a forjar una amistad. Lo primero que me llamó la atención fue verlo pintar. Tenía el caballete instalado al pie de su cama. Un día, vi al maestro solo, estaba pintando un arlequín, me acerqué y le dije: ¿Maestro, le puedo hacer unas preguntas? Por supuesto que sí, me dijo. Pasa”.
Mario, con el tiempo, se convirtió en asistente de Humareda, y le ayudaba a templar los lienzos en los bastidores e incluso lo ayudaba a manchar algunas telas. “Un día le hablé de mi intención de estudiar en la Escuela de Bellas Artes. El maestro Humareda me dijo que muchos egresaban de allí y no ejercían su profesión, y me dijo que mirando se aprende. Con él aprendí la técnica. Uno de los temas que me enseñó a pintar eran los arlequines”, expresa.
La etapa de Humareda en el Lima Hotel, con sus lienzos expresionistas y su famoso “sillón de Sócrates”, son un periodo importante en su biografía y su leyenda. El pintor puneño gustaba de vestir sacos y sombreros “hongo” y “de tarro”, que le daban un aspecto extravagante. Solía pasear entre los comerciantes, conversar con las putas, idealizarlas y pintarlas, tal como lo hacía con la actriz Marilyn Monroe. Don Mario asegura que Humareda no tomaba alcohol.
Víctor Humareda y Mario Sierra. Fotografía del genial maestro
y su discípulo en La Parada. (Archivo Mario Sierra)
Como persona y como pintor, Humareda fue un hombre extraordinario. Siempre lo llevaré en mi corazón”, expresa Mario Sierra quien hoy suele pintar “paisajes urbano marginales de Lima, fiestas costumbristas y arlequines”. El año pasado, en conmemoración de los 25 años de la muerte de Humareda, realizó la exposición “Matices”. Además ha publicado el libro “Humareda de colores y de noches” (1998), con prólogo del historiador Pablo Macera. Sobre la obra plástica de Mario Sierra, el historiador Juan José Vega afirmó que “oscila entre el realismo y la mitología, recogiendo una palpitante visión del mundo andino, que no excluye algunos rincones de la pobreza india en la ciudad de Lima”. El crítico Jorge Bernuy escribió: “Su gran verdad está en el comentario y en la poesía ingenua de sus personajes. Actualmente trabaja en el Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional Federico Villarreal, del cual es cofundador. Su casa taller está en el distrito de Santa Anita (Jr. Hurin Cusco 229, Urb. Andahuaylas, teléfono 999528135).
Mario Sierra se emociona al hablar de Humareda. “A veces sueño que estamos otra vez en su taller, entre arlequines. Yo creo que él no ha muerto. Humareda es patrimonio cultural del Perú”.
Antes de salir, le agradezco por brindar esta entrevista y me despido abrazándolo y ensayando mi incipiente quechua: “Tupanansiskama” (hasta la próxima). “Hasta pronto, runasimito”, me dice.
"Puente de los suspiros", óleo de Mario Sierra Talaverano.

 

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