Víctor Humareda y Mario Sierra
Talaverano, alumno de su taller de pintura.
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Pintor Mario Sierra Talaverano, discípulo del artista Víctor Humareda
Por
Nivardo Córdova Salinas / nivardo.cordova@gmail.com
Publicado en el suplemento Semana del diario "El Tiempo" de Piura, págs 20-21
Publicado en el suplemento Semana del diario "El Tiempo" de Piura, págs 20-21
Lo conoció en la
habitación 283 del “Lima Hotel”, en La Parada, donde el pintor Víctor Humareda Gallegos (Lampa, 1920 –
Lima, 1986) tuvo su casa-taller
desde 1955 hasta su muerte. Mario Talavera, trabajaba allí como ayudante de
lavandería y terminó siendo no solo amigo sino uno de los más aplicados alumnos
del genial pintor puneño. Este es su testimonio personal.
Mario Sierra, "único heredero
del sillón de Sócrates” de su amigo y maestro el pintor Víctor Humareda.
Foto: Luz María Bedoya (Archivo personal Mario Sierra Talaverano) |
“Humareda en su taller”, óleo de
Mario Sierra Talaverano. Nótese el uso del color y la composición. |
Mario Sierra Talaverano
(1948) nació -"con el arte en la sangre", nos dice- en el pintoresco pueblo de
Uranmarca (Andahuaylas, Apurímac) en el seno de la familia que fundaron los
esposos Jorge Sierra Cochachi y Narcisa Talaverano Quesada. Sus primeros
recuerdos son los colores intensos del cielo, la gama policromada de la
cordillera de los Andes, los trajes típicos y las máscaras festivas, En ese
recuerdo, los arpegios parecen venir de un arpa sideral.
“Siempre
me gustó dibujar. Nací con esa afición. Cuando recuerdo esa época siempre me veo
a mí mismo dibujando en el colegio”. En la infancia lo enviaron de Uranmarca
hacia el pueblo andahuaylino de Uripa donde se matriculó para estudiar la
primaria en el Núcleo Campesino de Uripa. Allí ocurrió un incidente trágico que
marcó su vida de artista autodidacto: “Por apoyar en las tareas de dibujo a una
de mis compañeras, el profesor me expulsó del plantel”. La vida lo empezaba a
golpear, mucho más que los heraldos negros del poema de
Vallejo.
Pero no se amilanó ante ese
episodio infeliz. Mario Sierra decidió viajar a Lima. Sin dinero en el bolsillo
acomodó una alforja con alguna ropa, una frazada, queso, charqui y cancha.
“Encontré un camionero que transportaba ganado y a condición de ayudarle con la
carga me llevó hasta Huancayo. Viajé en el altillo del camión, cuidando a los
animales”, recuerda Mario, mientras los ojos le brillan.
Desde la capital juninense,
centro de las oleadas migratorias del siglo pasado, se embarcó en un ómnibus con
destino a la ciudad del río hablador. El bus recaló en La Victoria, que en ese
entonces era -como lo sigue siendo hoy- un hervidero de ideas y pasiones, núcleo
del comercio, sucursal del país de los sueños y los emprendedores. “¿Sabe usted
qué? -me dice-. Recién llegado a Lima me sucedió un acontecimiento misterioso.
Como yo debía ubicar a unos familiares, luego de bajar del ómnibus pregunté cómo
llegar a Barrios Altos. Había unos taxistas que se peleaban por los pasajeros.
Subí al vehículo con mi alforja, temeroso, junto con otros viajeros que
conversaban, en medio de la bulla de los autos. Fui el último en bajar, pero
cuando revisé mis pertenencias, noté que me habían hecho el
cambiazo”.
Al abrir la bolsa -que
posiblemente un comerciante apurado cambió por casualidad- Mario encontró un
tesoro. “En esa bolsa había mercadería y un pañuelo anudado. Lo abrí y encontré
un montón de moneditas plateadas de nueve décimos, y otras monedas doradas con
la figura del sol”, nos cuenta. Llegó hasta Barrios Altos, a la casa de sus
parientes. “Lo primero que hice fue saludarlos en quechua. Y les dije: me he
encontrado estas monedas. Ellos me dijeron: No te preocupes, nosotros te las
vamos a guardar”. Desde ese día se quedó a vivir en la capital, alojado por sus
parientes. De las monedas no volvió a saber nunca. Pero otro tesoro llegaría a
su vida: su entrañable amistad con su maestro, el pintor Víctor Humareda
Gallegos (Lampa, 1920 – Lima, 1986).
“Fiesta de las cruces”, óleo de
Mario Sierra Talaverano. El indigenismo urbano en toda su expresión. |
El primer trabajo de
Mario Sierra en Lima fue como ayudante en un restaurante en Santo Cristo,
Barrios Altos. Al cumplir los 18 años, luego de haber obtenido su boleta de
inscripción militar, fue a buscar trabajo a La Parada, la meca del comercio
mayorista del Perú. Corría el año 1965. Así llegó al ahora mítico Lima Hotel,
donde vivía desde 1955 -casi como en un exilio personal- el artista puneño
Víctor Humareda, tras haber retornado de París.
El edificio del Lima Hotel
-que ahora es una galería comercial- se encuentra en la cuadra veinticinco de la
avenida 28 de Julio, esquina con Antonio Baso. La habitación número 283 fue la
casa-taller de Humareda hasta su muerte. Contrariamente al mito que ha pintado
este hotel como guarida de prostitutas y delincuentes, don Mario afirma que era
un hospedaje frecuentado por comerciantes mayoristas que venían a realizar
negocios con sus camiones a La Parada, preferentemente desde Arequipa, Cuzco,
Huánuco, Huancayo, Chiclayo y Pucallpa. “Era un hotel de dos estrellas, con
cuatrocientas camas y una enorme lavandería que funcionaba con máquinas a vapor,
la más grande que he visto. También tenía agua caliente todo el día, bar, sala
de lectura, teléfono y televisión. Había bastante movimiento. Yo empecé a
trabajar doblando las sábanas”, precisa.
“Retrato al carboncillo de Mario Sierra, realizado por Víctor Humareda. |
“Como el
maestro era natural de Lampa, Puno, hablábamos en quechua y empezamos a forjar
una amistad. Lo primero que me llamó la atención fue verlo pintar. Tenía el
caballete instalado al pie de su cama. Un día, vi al maestro solo, estaba
pintando un arlequín, me acerqué y le dije: ¿Maestro, le puedo hacer unas
preguntas? Por supuesto que sí, me dijo. Pasa”.
Mario, con el tiempo, se
convirtió en asistente de Humareda, y le ayudaba a templar los lienzos en los
bastidores e incluso lo ayudaba a manchar algunas telas. “Un día le hablé de mi
intención de estudiar en la Escuela de Bellas Artes. El maestro Humareda me dijo
que muchos egresaban de allí y no ejercían su profesión, y me dijo que mirando
se aprende. Con él aprendí la técnica. Uno de los temas que me enseñó a pintar
eran los arlequines”, expresa.
La etapa de Humareda en el
Lima Hotel, con sus lienzos expresionistas y su famoso “sillón de Sócrates”, son
un periodo importante en su biografía y su leyenda. El pintor puneño gustaba de
vestir sacos y sombreros “hongo” y “de tarro”, que le daban un aspecto
extravagante. Solía pasear entre los comerciantes, conversar con las putas,
idealizarlas y pintarlas, tal como lo hacía con la actriz Marilyn Monroe. Don
Mario asegura que Humareda no tomaba alcohol.
Víctor Humareda y Mario Sierra.
Fotografía del genial maestro y su discípulo en La Parada. (Archivo Mario Sierra) |
“Como
persona y como pintor, Humareda fue un hombre extraordinario. Siempre lo llevaré
en mi corazón”, expresa Mario Sierra quien hoy suele pintar “paisajes urbano
marginales de Lima, fiestas costumbristas y arlequines”. El año pasado, en
conmemoración de los 25 años de la muerte de Humareda, realizó la exposición
“Matices”. Además ha publicado el libro “Humareda de colores y de noches”
(1998), con prólogo del historiador Pablo Macera. Sobre la obra plástica de
Mario Sierra, el historiador Juan José Vega afirmó que “oscila entre el realismo
y la mitología, recogiendo una palpitante visión del mundo andino, que no
excluye algunos rincones de la pobreza india en la ciudad de Lima”. El crítico
Jorge Bernuy escribió: “Su gran verdad está en el comentario y en la poesía
ingenua de sus personajes. Actualmente trabaja en el Museo de Arqueología y
Antropología de la Universidad Nacional Federico Villarreal, del cual es
cofundador. Su casa taller está en el distrito de Santa Anita (Jr. Hurin Cusco
229, Urb. Andahuaylas, teléfono 999528135).
Mario Sierra se emociona al
hablar de Humareda. “A veces sueño que estamos otra vez en su taller, entre
arlequines. Yo creo que él no ha muerto. Humareda es patrimonio cultural del
Perú”.
Antes de
salir, le agradezco por brindar esta entrevista y me despido abrazándolo y
ensayando mi incipiente quechua: “Tupanansiskama” (hasta la
próxima). “Hasta pronto,
runasimito”, me dice.
"Puente de los suspiros", óleo de Mario Sierra Talaverano. |